Abrí los ojos pesadamente, y me encontré sentada en el mismo sitio en el que me quedé ayer, con la pequeña entre mis brazos, aun dormida. Sonreí sin ganas al ver su rostro en paz, con la boca levemente abierta y besé suavemente su frente. Aniela abrió sus ojos lentamente y sonrió con toda la ternura que ahora mismo tenía dentro de su corazón.
Aniela: ¿Qué tal dormiste?-dijo con una tierna voz adormilada mientras se frotaba uno de sus increíbles ojos-
Tú: Para serte sincera-dije suspirando- he dormido mejor-dije con algo de gracia- ¿y tú, pequeña?
Aniela: Después de dormir durante una semana sola-dijo tierna mientras volvía a juguetear con mi colgante- dormir entre los brazos de alguien que le queda algo de afecto, sienta genial.
Suspiré entristecida y abracé más fuerte a la pequeña. En ese instante por la puerta entraron varios soldados con un par de barras de pan. Las partieron en trozos bastante pequeños y las repartieron en silencio entre las presas. Uno de los soldados se acercó a nosotras y entregó a las dos un trozo de pan no muy grande. Miré a la pequeña Aniela como engullía el pequeño trozo de pan, miré la migaja de pan que me habían entregado, y se la di con una pequeña sonrisa. La pequeña lo cogió enseguida y me lo agradeció con la mirada.
De nuevo, llevé mi mirada hacia las mujeres que comían silenciosas y algo encogidas sentadas por cualquier sitio.
De repente y haciendo un fuerte estruendo entró un soldado alto y rubio, de ojos verdes, bastante atractivo, pero que con solo ver su traje oficial, daban increíbles y tremendas arcadas.
Soldado: Arriba, escoria humana-gritó seco y brusco- tenemos una sorpresa para vosotras, putas-dijo serio, para luego reír cínicamente-
Y sin decir una sola palabra, todas las mujeres se levantaron casi a la vez, y yo siguiéndolas hice lo mismo, la pequeña Aniela me agarró fuertemente de la mano, sentía como sus diminutos y frágiles dedos temblaban como si de hojas cayendo de un árbol se tratase. Las mujeres salían por la pequeña puerta intentando no hacer tapón, cabizbajas y en pleno silencio, solo se escuchaban los sollozos de algunas de ellas, los cuáles los soldados callaban a base de golpes.
Hacia un frío increíble, sentí como mis músculos se tensaban por el frío y se escuchaban los dientes de Aniela chasquear, la abracé por los hombros y froté fuertemente mi mano con su hombro en un intento de darle algo de calor, uno de los soldados al ver esta pequeña muestra de cariño, me pegaron con el culo de una escopeta en las costillas, me tragué un gemido de dolor y lo único que hice fue apretar fuertemente los labios, bajé la vista hacia Aniela, la cual me miraba con dolor y pena, pidiendo con sus dos ojos de distinto color, un perdón, le respondí con una sonrisa bastante fingida y una rápida caricia.
Llegamos a un gran almacén de hierro y acero, parecía bastante resistente, su gran puerta se abrió de inmediato al escuchar a un soldado gritar, por esa puerta podría salir hasta veinte trailers, uno al lado del otro, sin problema alguno, entramos dentro y era aun más enorme, no había absolutamente nada, excepto un gran tanque de acero colgado del techo, el cual debía contener en su interior desechos humanos, porque su olor era completamente desagradable.
Soldado: Ponganse en fila india-dijo ya estando bastante lejos de nosotras y firme- cada fila quiero que haya quince mujeres dijo mientras se movía de lado a lado con sus manos agarradas en su espalda-
Las mujeres obedecieron sin rechistar, a lo que yo también me uní, me incorporé en una de las filas de el medio con Aniela a mi lado, temblorosa y con un gesto de terror marcado en su cara.
Soldados: Putas-gritó de golpe, haciendo que pegase un pequeño bote- desnudaos-ordenó pasando por delante de la primera fila de mujeres-
Estas enseguida obedecieron y se desnudaron en un santiamén, todas, menos yo y Aniela, la cual cada vez se acercaba más a mi y temblaba de terror. El soldado pasaba por delante de las mujeres observando sus desnudos cuerpos, se relamida y mordía los labios, acto que me repulsó, de vez en cuando paraba y las tocaba, aun que no con mucho cariño, azotaba sus pechos con un látigo de cuero, y cuanto más gritaran por el dolor, más fuerte las azotaba.
Llegó a mi fila y se detenía en todas las mujeres, llegó mi turno y yo no hacia más que mirar hacia el suelo.
Soldado: Tú, hija de puta-dijo mientras me ocasionaba un fuerte guantazo- desnudate.
Tú: No-dije firme y muerta de miedo
Soldado: ¿Qué dijiste?-dijo mientras se señalaba el oído y me lo acercaba a los labios-
Tú: Dije que no-repetí con la voz temblorosa-
Y sin decir ninguna palabra más, agarró el cuello de la camisa del pequeño pijama y tiró de él haciendo que todos los botones saltasen y se abriera de golpe, se dejó a la vista mis pechos y el soldado llevó sus dos manos a ellos, sobándolos y pellizcando mis pezones mientras frotaba su pene contra mi pelvis. De nuevo ese nudo aparece en la garganta, fijo mi mirada en Aniela, la cual oobservaba la escena horrorizada, con mi mano le giré la cabeza y la obligué a que dejara de mirar. Intenté deshacerme de sus manos, pero fallé.
Soldado: ¿Si?-susurró- te arrepentirás de haber querido deshacerte de mi.
Sin decir más me agarró de las muñecas y me llevó delante de todas las mujeres, donde minutos antes estaba él, sacó su látigo de uno de los bolsillos, me puso de espaldas hacia las mujeres y empezó a azotarme; un increíble dolor recorría mi cuerpo y las lágrimas inundaban mis mejillas, sentí como pequeños chorretones de sangre viajaban por mi espalda escapando de las dolorosas heridas que me estaba haciendo ese ser sin corazón. Me dio una gran patada en mi espalda haciéndome caer de boca, me encogí y cerré fuertemente los ojos, cuando escucho una palanca accionarse y al instante siento una especie de mezcla espesa y terriblemente olorosa, huele como a heces humanas. Poco a poco voy abriendo los ojos y veo un gran charco de mierda a mi alrededor, y yo, cubierta por las heces.
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